El trauma emocional una herida invisible
Publicado el 30 junio 2025 - Sin categoría

Inevitablemente, en la vida nos enfrentamos a eventos inesperados que muchas veces nos sobrepasan y no estamos preparados para afrontar. Algunas de estas experiencias pueden dejarnos una huella profunda, tanto en la mente como en el cuerpo. Hablamos del trauma, una realidad más común de lo que parece, pero todavía poco comprendida por la mayoría. En este blog exploraremos qué es el trauma, cómo funciona y cuál es su impacto a nivel psicológico y emocional.
¿Qué se considera un trauma emocional?
Etimológicamente, la palabra trauma proviene del griego y significa herida. Por tanto, un trauma implica la aparición de una herida emocional que surge a raíz de una experiencia impactante o dolorosa que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona.
Para comprender bien de qué se trata un trauma emocional, es importante tener en cuenta algunas de sus características principales:
- Su impacto es fuerte, duradero y persistente en el tiempo. El trauma deja huellas emocionales profundas que pueden prolongarse durante semanas, meses o incluso años. Así, genera una serie de cambios importantes en la forma en que se procesan los recuerdos, las emociones y los pensamientos.
- Conlleva sentimientos intensos de miedo, impotencia o desesperanza durante y después del evento.
- Se consideran eventos traumáticos: accidentes, guerras, desastres naturales, experiencias de abuso sexual, violencia, negligencia, bullying, enfermedades graves, pérdidas humanas o materiales y situaciones económicas graves, entre otras.
- La aparición de un trauma emocional no depende únicamente de la gravedad del evento traumático, sino de cómo la persona percibe y procesa emocionalmente dicho evento.
- El trauma conlleva una gran variedad de síntomas, entre los que se encuentran: pesadillas con detalles de la experiencia, miedo en situaciones cotidianas, ansiedad, falta de concentración, sentimientos de culpa y vergüenza, y síntomas fi siológicos como los dolores de cabeza, fatiga, insomnio o molestias digestivas, entre otros.
- Experimentar traumas en la infancia o adolescencia es uno de los principales factores que influyen en el desarrollo temprano de trastornos mentales como la depresión, la ansiedad o el consumo problemático de sustancias.
¿Cómo funciona el cerebro frente al trauma?
Cuando una persona vive una experiencia traumática, el cerebro entra en modo supervivencia. Eso signifi ca que deja de funcionar de manera habitual y cotidiana, y reacciona con rapidez para protegerse. Sin embargo, esto conlleva que ciertas funciones del cerebro se desactiven y que otras se sobrecarguen, afectando la forma en que pensamos, sentimos y recordamos lo ocurrido. Este proceso involucra principalmente tres partes del cerebro:
La amígdala
La amígdala constituye la parte del cerebro encargada de procesar las emociones, incluyendo el miedo o la ira. También, es la encargada de detectar situaciones de peligro, sean reales o percibidas. Cuando detecta una amenaza, del tipo que sea, la amígdala se activa rápidamente y actúa como una alarma, avisando al cuerpo de que se prepare para reaccionar. Este es un proceso muy rápido, ya que está diseñado para protegernos de situaciones peligrosas y actuemos antes de que podamos analizarlas racionalmente.
Durante una experiencia traumática, la amígdala se activa de manera intensa y sostenida, lo que es previsible y normal. Sin embargo, en personas que han sido gravemente traumatizadas, la amígdala queda hiperactivada permanentemente incluso cuando la amenaza ha desaparecido. El cerebro reacciona como si el peligro siguiera presente, aunque se encuentre en un entorno seguro.
Ciertos estímulos que son realmente inofensivos; como un sonido, una imagen, o una palabra que recuerden el evento traumático, pueden disparar la alarma. Esto hace que la persona pueda experimentar ansiedad constante, ataques de pánico, insomnio o hipervigilancia.
La corteza prefrontal
La corteza prefrontal conforma la parte racional del cerebro. Se encarga de funciones como el análisis lógico de situaciones, la toma de decisiones, la planificación, el control de los impulsos o la regulación emocional.
Durante un trauma, como ya hemos mencionado, el cerebro desconecta su parte racional para poder actuar de forma rápida y protegernos de un posible peligro, sin perder tiempo en analizar la situación. Sin embargo, cuando la corteza prefrontal se desconecta parcial o totalmente, ocurren varios efectos posteriores a la desconexión.
Por un lado, como esta es la parte del cerebro que traduce las experiencias en lenguaje, al haber estado menos activa durante la experiencia, las personas tienen dificultades para expresar con palabras lo que vivieron. Asimismo, capacidades como el procesamiento y la regulación de las emociones se ven afectadas, haciendo que muchas personas sientan que pierden el control de sus emociones y terminan siendo dominadas por la irritabilidad, la agresividad o incluso las conductas autodestructivas.
Debido a esto, parte de los objetivos terapéuticos del proceso de recuperación se centran en que la persona comprenda y reorganice lo que le pasó, logre ponerlo en palabras, integre la experiencia en su historia de vida y vuelva a regular sus emociones de manera consciente.
El hipocampo
El hipocampo es fundamental para el funcionamiento de la memoria y la orientación en el tiempo y el espacio. Así, este actúa como un organizador de recuerdos; los clasifi ca, les da sentido y los ubica en una línea temporal.
Durante la experiencia traumática, el hipocampo deja de trabajar correctamente. Esto se debe a que el cuerpo, al entrar en un estado extremo de estrés, libera altas cantidades de cortisol (la hormona del estrés) siendo el hipocampo especialmente sensible a dicha hormona. Esto genera que los recuerdos del evento se almacenen de forma desorganizada, fragmentada y sin contexto.
De esta manera, el recuerdo del trauma no se almacena como una historia con un principio, un desarrollo y un final, sino como información desordenada, a veces sin palabras; solo en forma de sensaciones físicas, imágenes, olores o emociones. Por eso, la persona puede revivir el trauma como si estuviera ocurriendo en el presente, a través de flashbacks, pesadillas o reacciones físicas intensas.
Un sonido, un olor o una palabra pueden actuar como detonantes y disparar la sensación de que la situación traumática está volviendo a ocurrir, aunque objetivamente no esté pasando nada peligroso. El cerebro no diferencia el pasado del presente, porque el hipocampo no colocó ese recuerdo en la “estantería” correcta de la memoria.

Las huellas del trauma en el cuerpo
El trauma no solo deja cicatrices emocionales; también puede quedar grabado en el cuerpo en forma de tensiones, dolores o sensaciones físicas persistentes. Este fenómeno, conocido como memoria somática, implica que el cuerpo «recuerda» experiencias traumáticas incluso cuando la mente consciente no puede acceder a esos recuerdos de manera clara o coherente. De hecho, estos síntomas físicos persistentes están directamente relacionados con su experiencia emocional pasada. Estos son varios ejemplos de cómo diferentes tipos de traumas pueden manifestarse físicamente en distintas partes del cuerpo:
Dolores de cabeza o migrañas
Pueden estar relacionados con traumas que involucran situaciones de alto estrés o miedo intenso.
Dolor o tensión en la garganta
A menudo asociado con emociones reprimidas o la imposibilidad de expresar sentimientos durante una experiencia traumática.
Opresión en el pecho o palpitaciones
Son síntomas comunes en personas que han experimentado traumas relacionados con el miedo o la ansiedad extrema.
Problemas digestivos crónicos
Como el síndrome del intestino irritable, pueden estar relacionados con experiencias traumáticas prolongadas.
Tensión o dolor en brazos y piernas
Puede reflejar una respuesta de lucha o huida que no se completó durante el evento traumático.
Sensación de debilidad o entumecimiento
A veces asociada con traumas que involucraron inmovilización o impotencia.
Dolor crónico en la espalda
Puede estar relacionado con la carga emocional que la persona ha llevado durante mucho tiempo.
Rigidez en la columna
A menudo refleja una postura defensiva adoptada inconscientemente tras la experiencia traumática.
¿Qué es el trastorno de estrés postraumático?
Tras vivir o presenciar un evento traumático, cabe el riesgo de desarrollar un trastorno de estrés postraumático (TEPT). No todas las personas que experimentan traumas desarrollan este trastorno, pero algunas no logran procesar del todo lo vivido, y eso deja una huella persistente en su mente y cuerpo.
Como ya hemos comentado, la hiperactivación de la amígdala, la desconexión de la corteza prefrontal y la alteración en el funcionamiento del hipocampo, son los mecanismos detrás de este trastorno. Después del trauma, al permanecer activas estas alteraciones, aparecen los siguientes síntomas:
Reexperimentación del trauma
A modo de flashbacks, pesadillas, recuerdos invasivos o reacciones físicas o emocionales intensas ante diversos disparadores que recuerdan el trauma (olores, imágenes, personas, caras, palabras, situaciones parecidas, etc.)
Evitación
Es común que las personas con TEPT eviten visitar lugares, tener contacto con personas o hablar de ciertos temas que recuerdan al evento. En ocasiones, también pueden evitar sentir ciertas emociones intensas
(como tristeza, rabia o incluso alegría) por miedo a perder el control, revivir el trauma o sentirse abrumadas de nuevo.
Alteraciones en pensamientos y emociones
Las personas con TEPT pueden convivir con un sentimiento constante de culpa (aunque la situación no haya sido culpa de ellos); vergüenza por lo que vivieron o cómo reaccionaron; o miedo por si reaparece el peligro. Asimismo, el trauma destruye la sensación de seguridad en el mundo, y la persona se vuelve más cerrada y desconfi ada con el entorno como forma de protección.
Hiperactivación o hipervigilancia
Actitud constante de alerta, que puede traducirse en dificultades para dormir y concentrarse, o en irritabilidad o explosiones de ira.
¿Podemos recuperarnos de un trauma emocional?
La respuesta es sí: la recuperación del trauma emocional es posible. El cerebro puede cambiar, adaptarse y reorganizarse incluso después de pasar por experiencias difíciles. Lo fundamental es afrontar y procesar adecuadamente la experiencia traumática, para que el cerebro recupere su equilibrio y podamos seguir adelante con nuestras vidas. Cuando el trauma emocional no se integra de forma saludable, queda atrapado en el sistema nervioso, afectando nuestras emociones, pensamientos e incluso nuestra salud física.
Asimismo, el paso del tiempo y la ayuda terapéutica son claves en el proceso de recuperación. Contando con la ayuda de un profesional podemos recuperar la sensación de seguridad, desarrollar herramientas de autorregulación y darle un sentido a lo que nos pasó. Hay que tener en cuenta que sanar no significa olvidar lo vivido, sino lograr que el recuerdo deje de doler y de condicionar la vida presente.
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