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¡No pienses en un elefante rosa!

Publicado el 18 mayo 2020 - #Conocimientos - Acimut

Elefante rosa

Desde que tenemos recuerdos, pensamos.

Si lo piensas, puedes recordarte a ti mismo pensando algo en una situación del pasado. Puedes recordar algo que hiciste, lo que pensaste en ese momento y pensar sobre ello ahora mismo.

Hablamos pensando lo que vamos a decir. Pensamos lo que vamos a hacer. Sobre lo que vamos a decidir. Pensamos sobre lo que nos gusta, sobre lo que queremos. Sobre quiénes somos y quiénes queremos ser. Es decir, podemos pensar sobre lo que pensamos. 

Dese que podemos recordarnos, pensar es una actividad que está unida irremediablemente a todo lo que hacemos.

Por eso, es muy fácil creer que el acto mismo de pensar es una cualidad que tenemos controlada, que damos por sentada y que sentimos que está a nuestra entera disposición. Podemos concluir que pensar es una actividad que ejercemos a voluntad y que está bajo nuestro control y a nuestro servicio.

Incluso cuando nos vienen pensamientos que no esperábamos o que van en contra de nosotros mismos o de lo que valoramos, creemos o queremos los pensamos desde la perspectiva de que “si han aparecido es porque YO los pienso y, por lo tanto, debo atenderlos y hacerles caso”.

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Tenemos la falsa creencia de que todo lo que pensamos ES NUESTRO, proviene de nosotros y necesariamente debemos darle valor y hacerle un espacio mental.

Esto provoca dos cosas: o bien hacemos caso de todo lo que pensamos o bien nos resistimos a pensarlo, forzándonos a pensar otras cosas o intentando no pensarlas.

El resultado de estas acciones de pensamiento es siempre el mismo: acabaremos pensando aún más si cabe sobre ello. Ocupará nuestro tiempo y espacio mental irremediablemente. Cada vez que aparezca, le prestaremos cada vez más atención que la vez anterior. Y nos encerraremos en un círculo vicioso de pensar en no pensar.

La paradoja de ¡No pienses en un elefante rosa! ilustra este mecanismo mental de forma muy clara: si te digo que no pienses en un elefante rosa, automáticamente la imagen de un elefante aparecerá. El pensamiento ya está ahí y ya no te lo puedes quitar. Hacer el esfuerzo por no pensar hace, paradójicamente, que lo pensemos constantemente. Esto hace, por tanto, que no lo dejemos de pensar.

De la misma forma, cuando “nos damos cuenta” de que llevamos un tiempo sin pensar en algo, automáticamente ya lo estamos pensando. Y si ese pensamiento es doloroso o indeseado, nos sentimos frustrados, enfadados, tristes o agobiados con nosotros mismos por “haberlo vuelto a pensar”.

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Pensar y recordar funcionan de forma mucho más automática de lo que muchas veces reconocemos. Las cosas que sentimos, pensamos y hacemos se van asociando y relacionando de muchas formas a lo largo de nuestra vida y conforme aprendemos a interactuar con el mundo, con nosotros mismos y con los demás.

Y la mayoría de esas asociaciones se vuelven automáticas para que podamos relacionarnos sin esfuerzo, sin tener que recodar y pensar punto por punto todas las secuencias de acciones necesarias para vivir.

Así, de la misma forma en que respiramos sin pensar o nuestro corazón late sin que tengamos que ordenárselo, nuestra memoria y nuestros pensamientos actúan de la misma forma.

Sin embargo, cuando prestamos atención a nuestra respiración muchas veces parece que ya no vamos a poder volver a respirar de forma automática y que debemos prestarle atención constante y hacerlo de forma consciente.

Pensar funciona igual, es automático gran parte del tiempo y funciona por asociación y evocación, hasta que le prestamos atención y se vuelve aparentemente controlado.

En las últimas décadas, la Psicología ha dado un giro con respecto a pensar: ya no asumimos que pensar es un acción controlada al cien por cien y que debemos hacernos con el control de todo lo que pensamos.

Teorías como la de los Marcos Relacionales y el Análisis Funcional de la Conducta Verbal o aproximaciones terapéuticas contextuales como la Terapia de Aceptación y Compromiso o la Psicoterapia Analítico Funcional han generado gran cantidad de evidencia científica sobre la eficacia de estrategias basadas en Mindfulness y meditación que buscan “dejar fluir” la corriente de pensamientos, sin juzgarlos, creando un tipo de control distinto y más consciente, más humano y libre.

No se puede decidir muchas veces lo que se piensa, pero tenemos la libertad de elegir cuanta atención, credibilidad, valor y esfuerzo dedicamos a lo que pensamos.