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Responsabilidad afectiva hacernos cargo para poder querer

Publicado el 20 octubre 2025 - Sin categoría

Concepto de responsabilidad afectiva en psicología, centrado en el cuidado y la conexión emocional entre personas.

La responsabilidad afectiva es una necesidad emocional que nos recuerda que no estamos solos en el mundo y que los seres humanos somos interdependientes.

Todos queremos vínculos sanos. Deseamos relaciones donde podamos ser nosotros mismos, sentirnos seguros escuchados y respetados. Para conseguir tener este tipo de vínculos es importante hacernos cargo de la relación que tenemos con la otra persona. A veces, evitamos mirar esta parte porque conlleva conversaciones incómodas, exponernos a mostrarnos vulnerables, expresar nuestros deseos y necesidades sin exigírselos a la otra persona… Querer bien, no solo implica tener sensaciones agradables de cuidados, sino que también implica cuidar. Lo que hacemos tiene un impacto en el otro, que tenemos que tener en cuenta. 

Vivimos enredados en una red de vínculos y cada uno de nuestros movimientos tira de esa red, puede hacerlo de manera suave o de manera brusca, pero habrá un impacto de nuestro movimiento en el resto de esa red. Por eso, vincularnos desde la responsabilidad, es una práctica que deberíamos de llevar a cabo en nuestro día a día como forma de cuidado mutuo. 

Decimos que la responsabilidad afectiva es reconocer que nuestras palabras, decisiones y ausencias tienen consecuencias en quienes nos rodean. No se trata de hacer todo bien, ni de ser perfectos, ni de priorizar a los demás por encima de nuestras necesidades sino de tener conciencia de que, aunque no tengamos vínculos perfectamente definidos con las personas que están a nuestro alrededor, nuestra interacción influye en su vida.

Actuar con responsabilidad afectiva, implica, por ejemplo, no prometer algo si sabemos que lo más probable es que no lo vayamos a cumplir, no desaparecer sin hablar con la otra persona, no alimentar falsas expectativas, tener en cuenta los deseos de la otra persona, comunicarnos de manera respetuosa. Esto no significa manejar nuestros vínculos desde la culpa, ni mantener una relación solo a costa del deseo, la libertad o el bienestar.

A veces, las personas confunden tener responsabilidad con no hacer daño jamás. Esto es imposible. Todos los vínculos conllevan cierto riesgo emocional y a veces las personas no se encuentran en un mismo punto.

La diferencia la veremos en la motivación de lo que hacemos ¿Me quedo con esta persona porque dejarle va a ser muy incómodo? O ¿me quedo porque me gusta nuestra relación? ¿Estoy presente para demostrarle a la otra persona que le quiero? O ¿estoy presente para no sentirme culpable por no hacerlo? La responsabilidad afectiva no es rigidez, es humanidad. 

Cuando hablamos de responsabilidad afectiva, hablamos de tener en cuenta a la otra persona, y a veces lo entendemos como que debemos de priorizar totalmente a la otra persona por encima de nuestros deseos. No es este el objetivo, la responsabilidad afectiva no está reñida con el cuidado de uno mismo. Sino que además de cuidarse a uno mismo, tiene en cuenta las necesidades de los demás. El problema llega cuando solo podemos pensar en nosotros mismos, en cómo nos sentimos, sin importar cuál es el impacto en la otra persona.

Responsabilizarnos, también implica decir no cuando es necesario, poner distancia y negar nuestra disponibilidad cuando no podemos responder a lo que la otra persona necesita. Decirlo de una manera clara, con respeto y empatizando con la otra persona, teniendo en cuenta que quizás esto le duela pero que no podemos negarnos a nosotros mismos. 

Digamos que una relación es como un puente colgante entre dos personas. Cada uno sostiene un lado. Si uno deja su lado demasiado, el otro tendrá que hacer mucha fuerza para sostener el puente, pero si ambos se equilibran, el puente se sostiene. No siempre van a equilibrarse a partes iguales, hay veces que uno tendrá que soportar más presión y otras veces que tendrá que soportarlo el otro, pero ese es el funcionamiento.

Cuidar de mi parte del puente, sin cargar siempre totalmente con la del otro, pero sin desentenderme de lo que nos une. No buscamos vivir complaciendo, sino relacionarnos con honestidad, reconocimiento que el otro también siente y tiene unas expectativas puestas en nuestra relación. 

Hacernos cargo de nuestras relaciones emocionales no es fácil. Requiere una buena gestión emocional por nuestra parte, autoconocimiento, asertividad, empatía y presencia en la vida del otro. A veces, preferimos huir de ese compromiso, porque nos resulta más fácil “dejar que las cosas fluyan” aunque fluyan hacia el vacío, responder con evasivas o simplemente mostrar interés solo de manera intermitente.

Responsabilizarnos a veces, nos incomoda porque nos obliga a mirar el impacto de nuestras acciones. 

Vivimos en una sociedad que nos ha enseñado a priorizar el bienestar inmediato ya eliminar la incertidumbre de manera instantánea, a evitar lo que duele, lo que nos frustra y lo que nos hace sentir incómodos. Lo que pasa con lo que evitamos, es que no desaparece, sino que sigue ahí de manera silenciosa, ocupando su espacio.

Cuanto más si lo que ocurre tiene que ver con otra persona. No decir lo que sentimos, no hablar de lo que nos molesta, no cerrar bien un vínculo… todo eso deja huella, tanto en nosotros como en los demás. 

La responsabilidad implica tener conversaciones incómodas con el motivo de hacer partícipe a la otra persona de lo que sientes o piensas. Implica que podamos cerrar relaciones, ya sean de pareja, de amistad, o un vínculo que aún no tenía etiqueta. Sin minimizar lo que pasa, pero con cuidado al comunicarlo. Implica escuchar cuando nos dicen algo que nos duele, y también responsabilizarnos si hemos hecho algo que a la otra persona le ha afectado.

Corregir si hace falta y reparar cuando se puede. Cuando comenzamos a tener en cuenta lo que genera en los demás, nuestra relación con ellos, es cuando estamos actuando desde el respeto mutuo.

Los seres humanos somos seres sociales. Nacemos, crecemos y nos desarrollamos en vínculo. No lo decimos, es una necesidad biológica. Tendemos a socializar, a comunicarnos. Desde que nacemos, nos regulamos en presencia de otros seres humanos. 

Llamamos vínculo a esos lazos que se crean con las personas con las que tenemos conexión emocional, empatía y cuidado mutuo. Estos vínculos se crean cuando alguien nos cuida, nos escucha o nos acompaña, nos hace sentir calmados y comprendidos. 

No es necesario que nuestra relación tenga una etiqueta para que esto exista, ni tampoco que sea una relación amorosa ni pasional. Simplemente, el vínculo se crea cuando interactuamos de manera repetida con personas a las que, por el hecho de relacionarnos, generamos bienestar. Por lo tanto, vincularnos es inevitable.

Creer que podemos vivir aislados, sin necesitar a nadie es parte del individualismo moderno. No hay salud mental sin salud relacional. Aunque queramos adecuarnos a esta idealización de la independencia, seguiremos necesitando de vez en cuando un mensaje o una llamada de alguien a quien queremos. 

No hablamos solo de relaciones de pareja, sino que también hablamos de relaciones de amigos, de familia. Toda relación por pequeña que parezca forma parte de un tejido mayor que nos sostiene. 

Hacer esto consciente, nos ayuda a ver que lo que yo hago y digo, te afecta y lo que haces y dices tú, me afectará a mí. No hay neutralidades en los vínculos. Hay sensación de cuidado y de presencia, o hay lo contrario y esto es relativo para cada persona. No es necesario hablar con alguien todos los días para hacerle sentir querido y cuidado. 

Responsabilidad afectiva: hacernos cargo para poder querer

Vivimos en tiempos de lo inmediato. Nos relacionamos de manera rápida, con muchas opciones y recibimos mensajes de que involucrarse demasiado es peligroso y abrumador. Si algo nos incomoda, lo evitamos y pasamos a otra cosa. Esto no lo hacemos porque no queramos afecto, sino por que evitamos el dolor, la incomodidad y el vernos vulnerables frente al otro. Hemos aprendido a huir del sufrimiento, pero el precio de esa huida es sacrificar la profundidad, la ternura y el cariño.

En cierta manera, respecto a esto nos solemos comportar por extremos, o idealizamos los vínculos donde el amor tiene que ser para siempre, o procuramos no vincularnos, de manera que pensamos que no podemos ni pedir ni ofrecer conversaciones profundas con las personas con las que nos relacionamos. 

La responsabilidad afectiva se encuentra en una zona intermedia donde se puede hablar de ¿qué somos? O de ¿cómo nos sentimos? Con consciencia y empatía, pero sin que sea para siempre 

No hay amor sin responsabilidad. Podemos decir que queremos mucho a alguien, pero si no cuidamos como nos relacionamos con las personas a las que queremos, ese afecto puede ser frágil o incluso indiferente para la otra persona. El amor no es solo las sensaciones que nos produce al principio, sino que también es un valor, una dirección que tomamos a través de los cuidados, de la presencia y de la atención. 

Cuando decidimos tener en cuenta a los otros, no tenemos por qué dejar de tener nuestra vida de manera individual, ni demostrarlo a través de grandes gestos, sino intentar entender cuál es el idioma en el que la otra persona necesita que le digamos que le queremos y si está en nuestra mano, adaptar el nuestro al suyo.

Responder un mensaje, dar claridad, tener paciencia, pueden ser detalles que hacen que la otra persona se sienta vista y comprendida. 

Cuando cuidamos a una planta, no basta con regarla cuando me acuerdo o cuando me viene bien o cuando me aburro. Requiere constancia, atención a sus señales y un mínimo de compromiso para que no se pudra. Si esto lo hacemos por obligación, probablemente nos pese, pero si lo hacemos desde el amor, aunque haya veces que tengamos que esforzarnos, lo haremos con gusto. Lo mismo pasa con nuestras relaciones, hay que cultivarlas poco a poco. 

A veces, el amor se asocia solo a lo romántico, pero tener en cuenta a los demás atraviesa todos los vínculos. Tenemos relaciones con muchas personas y de muchos tipos, y no todas tienen que ser profundas e intensas, pero si todas generan algo en la otra persona, aunque sea una relación muy informal.

En familia o con ciertos amigos después de mucho tiempo, hay ocasiones en las que el amor se da por sentado y llegamos a no escuchar o a sobrepasar límites, porque pensamos que esta persona nos entenderá. Quizás lo haga, pero hemos de ser responsables con ella y tener en cuenta cómo puede hacerle sentir nuestros actos.

Hemos de tener en cuenta, si nos estamos comunicando y de qué manera lo estamos haciendo, para ser responsables de las relaciones que tenemos. 

Esto puede extrapolarse a cuando tenemos dudas del vínculo que tenemos con alguien. Tenemos derecho a preguntar y a comunicar nuestro desconcierto si hay algo en la conducta de la otra persona que nos genera incertidumbre.

La responsabilidad afectiva no deberían ser una carga, sino una oportunidad para crear vínculos valiosos, seguros y elegidos. De la misma manera que no es una técnica, ni una fórmula por la que vivir con tranquilidad. De hecho, quizás nos haga más conscientes de sensaciones desagradables, de cosas que hacemos mal, pero también nos brindará relaciones más sanas y profundas.

No se trata de ser perfectos, sino de ser conscientes de cuando nos equivocamos, disculparnos, estar más presentes en comunicar lo que necesitamos y en entender lo que necesitan los demás. De hablar más claro y escuchar más atentamente. Creando relaciones en las que podamos dejar de adivinar y presuponer para pasar a hablar y escuchar.  

Si crees que la relación que tienes con tus vínculos está interfiriendo en ti de manera negativa. Contacta con nosotros. 

A veces las relaciones cambian, hay veces que poco a poco y otras que de golpe. No tienen por qué significar que hayas hecho algo mal, pero sí significa que algo está cambiando. Si te has dado cuenta de este cambio, es importante hablar con esta persona y comunicarle lo que estás sintiendo desde una postura asertiva. No desde el reproche, simplemente queriendo comunicarle tu situación. 

Hay relaciones en las que nos da reparo hacer este tipo de preguntas por miedo a que la otra persona nos malinterprete. Entonces tendemos a sobrepensar y analizar repetidamente cada gesto, cada momento y cada conversación, entrando en una rueda infinita de la que no podremos salir, porque no podremos saber que hay en la cabeza de la otra persona si no le preguntamos.

Puedes preguntarle, haciéndole saber qué esperas tú de esa relación, así podrás ajustar expectativas y podréis tomar una decisión de cómo proseguir

Comunicar lo que nos molesta a veces puede ser complicado, pero también es un acto de responsabilidad, tanto con nosotros mismos como con las otras personas. Con nosotros porque nos ponemos en el centro, hacemos importante lo que nos pasa y con la otra persona, porque es muy difícil que adivine lo que nos pasa y si se lo comunicamos, podrá actuar en consecuencia.

Que nos comuniquemos no implica que la otra persona haga todo lo que queremos, pero sí que conozca cómo nos sentimos. Puedes hacerlo de manera asertiva, desde lo que tú piensas y lo que tú ves y cómo te está haciendo sentir. Desde la tranquilidad y el respeto. 

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